POR LA MAGIA DE UN “CLIC”
Y
así, como quién no quiere, se quedó mirando la pantalla de su computadora
nueva, como esperando. ¿A qué? ¿A quién?
No
lo sabía, pero estaba segura que sus dos años de estudios de Operadora de
Office y Pc en algo la iban a redituar. Sólo era cuestión de esperar y ver que
pasaba.
Pero
claro, debería encender la máquina, ese botoncito que producía la magia, para
que ese aparato inteligente como ninguno, iniciara su camino hacia lo
desconocido.
Y
ella de valiente tenía mucho; por ello, respiro hondo y se escuchó el tan
misterioso “clic”-
Fue
cuestión de minutos para que el recuadro negro e insulso empezara a mostrar
letras y números, musiquitas y hasta alguna mariposita, o algo así, en la
pantalla.
Y
se produjo el milagro. La computadora estaba lista para comenzar la carrera al
infinito, en esa letra “e” extraña que te invitaba a recorrer mundos, espacios
y sitios web que la llevarían, como Alicia en el País de las Maravillas, a trashumar
emociones nuevas.
Pasó
por unos y por otros; volvió y avanzó;
observó y dudó. Pensó que quizás podía hacer las cosas mejor y no tener miedo.
No parecía peligroso. Y continuó. Quizás hasta más segura y decidida.
Cuando
miró el reloj, habían pasado tal vez dos horas y ni siquiera se enteró de lo
que a su alrededor podría haber ocurrido.
Es
más, la luz mortecina de la calle entraba como dueña por la ventana de la
habitación, como queriendo espiar en su ordenador para enterarse sobre lo que había
estado haciendo.
Estaba
a punto de levantarse de la silla para preparase algo de comer, cuando un
sonido suave y a la vez agudo, en repetición, sonó en la pantalla.
Creyó
que había roto algo, que habría tocado algún botón sin querer y al volverse una lucecita color naranja titilaba en el
borde inferior de la pantalla. Al mirar bien y con atención se podía observar
un dibujito, como una nubecita, y un nombre: JUAN.
¿Qué
era aquello? Sería algún aviso de su pc que le decía alguna cosa que había
hecho mal o que olvidó hacer. Pero ¿Y ese nombre? ¿Quién era Juan?
Sí, eso. ¡¿Quién era Juan?!
¿Cómo
se atrevía a entrar en su casa, por medio de su computadora, a su intimidad y
sin avisarle?
Pero
como buena mujer curiosa y, en eso del internet mucho más aún, decidió darle
entrada a su mundo, a ese desconocido llamado Juan.
Se
abre la ventana a una nueva vida y nuestra amiga todavía no lo sabe.
Se
encuentra, pues, con la foto de un señor, cuarentón él, casi sin canas, con
bigote, gafas y una mirada tranquila. ¿Sería realmente ese su rostro?
Leyó
algo confusa lo que le escribía. Un “Hola, ¿cómo estás?”, tan natural como si de conocerse de toda la
vida; y luego continuaba con una frase poco convencional: “Por fin pude entrar
en esta página sin pagar. En todas me querían cobrar por hablar con alguien.”
Así
se presentaba él en su vida, tan normalito y sincero que a Susi le dio tal
estallido de risa que tuvo miedo de que ese extraño la escuchara.
Se
debatió entre contestarle o no hacerlo; entre si era descortés o no. Quizás lo
único que buscaba era compañía. Era casi de su misma edad, o por ahí.
Algo
en su interior la movía a querer hacerlo; una emoción más allá de su
consciente, una fuerza nueva y vibrante. Realmente no conocía demasiado los
códigos de ese mundo fascinante de las comunicaciones a distancia. Era tímida,
pero siempre supo relacionarse con la gente. No necesitaba de internet para
tener nuevos amigos. Pero esto era distinto. Era una foto de alguien a quién no
conocía de nada y ella, que ni foto tenía en esa página, que ni siquiera se
acordaba de cómo había entrado, le estaba abriendo la pantalla a su existencia,
a su intimidad.
Y
sí, y se animó. Un impulso interno y sin enlace de donde venía le hizo
responderle.
Un
tímido y acallado “hola” quedo reflejado, en letra times new roman, en su
recuadro de diálogo. Un “hola” que en sus entrañas quería decir muchas cosas y
nada a la vez, porque no sabía tampoco si quería o no. Era una descarga
eléctrica hacia lo inquietante y lo no controlado. En una palabra, mejor tres: a lo
nuevo.
Y
así, sin proponérselo, de frase en frase; de jajá, y risitas reales; de
dibujitos y signos de pregunta o de exclamación; entre historias y verdades,
pasados y presentes, Susi y Juan se fueron conociendo.
Ella
de Argentina. Él de España. Una total locura, un hermoso invento de la tecnología,
un primer encuentro que iba tomando cuerpo y acortando distancias, descubriendo
emociones, afianzando criterios, desarrollando identidades. Un primer amor
cibernético entre dos seres que a través de una pantalla encontraron su otro
yo.
Sólo
importaba la hora, el minuto, el
instante en que la “compu” se prendía y allí estaba Juan y aquí Susi. El tiempo
se escurría sin que se notase, en un susurro de “te quiero” y “te necesito”; de
“cuando nos veamos y podamos estar juntos”; de poder sentirse y tocarse.
Hoy
la PC esta apagada. La pantalla a oscuras y nadie frente a ella.
Alguien,
en algún aeropuerto está tomando un vuelo hacia el amor y otro alguien está esperando, ansioso, ese
arribo.
Hoy
el Amor a lo lejos dejará de serlo y, por un lapso imposible de calcular, esas
computadoras estarán apagadas, porque el infinito sí tiene un punto de
encuentro.
FIN